TAMPA.- De no haber retumbado de aplausos y ovaciones la sede de la Convención Republicana en Tampa, Florida, probablemente se habría escuchado el suspiro de alivio del equipo de Mitt Romney. Y es que poco más podrían haber deseado del pistoletazo de salida de la reunión clave del partido conservador, que el martes confirmó al millonario ex gobernador como candidato a arrebatarle la Casa Blanca al demócrata Barack Obama, el 6 de noviembre.
Clave en el nuevo impulso (político y, más importante aún, emocional) del postulante fue su "arma secreta", tal como la presentaron: su esposa de las últimas cuatro décadas, Ann Romney. Rubia y glamorosa, a la par que cercana y sencilla, se metió en el bolsillo a la abarrotada audiencia republicana que unas horas antes había lanzado a su marido. Y con ella, probablemente, también a muchos de aquellos (pero sobre todo aquellas) que la siguieron a través de la pequeña pantalla, en apenas 20 minutos de horario estelar.
Porque sin aparente esfuerzo, la aspirante a primera dama se deshizo de un plumazo de los numerosos intentos de ridiculizarla como un ama de casa rica, dueña de caballos de competición y totalmente ajena a las dificultades diarias que afrontan tantas mujeres trabajadoras en Estados Unidos.
En un discurso dirigido a "nosotras, las mamás de esta nación -solteras, casadas, viudas- que realmente mantenemos el país", pero consciente de que también miles, si no millones, de orejas masculinas prestaban similar atención, Ann envió un sencillo mensaje: "pueden fiarse de Mitt".
Sagaz, en un discurso salido "del corazón" y en gran parte elaborado por ella misma, según aseguró a la prensa, Ann supo mezclar detalles íntimos y enternecedores de "ese chico al que conocí en un baile de la escuela" y que le sigue "haciendo reír", con la defensa sutil pero decidida de detalles de la biografía de su marido, como su gran fortuna. Se declaró, por ejemplo, "sorprendida de ver cómo se ataca su historia de éxito".
Los analistas habían advertido de que el discurso de Ann Romney era crucial para "humanizar", como coincidieron The New York Times o Politico, al candidato hasta ahora "unidimensional" (según National Journal), cuyo hieratismo no acaba de enardecer a su propia base republicana.
Todo ello en un partido muy virado los últimos años a la derecha y al que, de por sí, le cuesta asumir a un candidato mormón y considerado por muchos casi como un demócrata disfrazado en temas como el aborto o el gasto estatal, o como alguien que cambia de discurso según soplen los vientos electorales.
Despejar dudas sobre el carácter "bueno y decente, cálido, amoroso y paciente" que posee su marido era más importante aún en cuanto que Romney sigue sin desmarcarse del empate que mantiene con Obama, según las encuestas. Esos sondeos, a los que tan aficionados son los estadounidenses, seguramente se apresurarán a medir el impacto del discurso de Ann, culminación de una cuidada campaña que la tuvo varios días desfilando en televisión, para halagar a su esposo.